¿Por qué el bicarbonato es mejor remedio que el vinagre frente a los gases lacrimógenos?

Abunda información inexacta sobre métodos para aliviar sus efectos. Conozcamos más sobre esta arma química prohibida para la guerra, pero presente en protestas de todo el mundo.  

A pesar de que su uso en guerras está prohibido por la Convención sobre Armas Químicas vigente desde 1997, el gas lacrimógeno está presente en los almacenes de fuerzas policiales en todo el mundo para, según protocolos internacionales, dispersar multitudes en situaciones excepcionales. 

Se prohibió en la guerra porque supone un arma ofensiva. Los gobiernos y fabricantes de armas, sin embargo, sostienen que se trata de una herramienta de control. Así lo explica Anna Feigenbaum, autora del libro “Gas lacrimógeno: desde los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial a las calles de hoy” y profesora asociada de la Universidad de Bournemouth del Reino Unido. 

Pero, ¿qué es y cómo funciona?

Comencemos por aclarar que a temperatura ambiente no se trata de un gas, sino de un sólido: polvo muy fino que se expande en el aire hasta formar una especie de niebla. Está compuesto principalmente por clorobenzilideno malononitrilo (C10H5ClN2), un producto químico ácido también llamado CS, descubierto en 1928 y popularizado por la poderosa industria del armamento en la década de 1960. 

Este ácido irrita distintas membranas del cuerpo, afecta principalmente los canales iónicos ubicados en la nariz, ojos y garganta. Estos, que funcionan como compuertas que permiten la interacción de nuestro cuerpo con el exterior, son estimulados hasta causar un escozor doloroso. Para limpiar y proteger estas membranas, nuestro cerebro libera un neurotransmisor que, al llegar a las zonas afectadas, provoca la producción de lágrimas, saliva y mucosidad; mientras que se genera tos como reflejo para evitar que el CS avance por el sistema respiratorio. 

Según la concentración del “gas”, los síntomas pueden durar hasta 30 minutos, aunque generalmente se alivian luego de 10 minutos respirando aire limpio. 

ÁCIDO COMO EL VINAGRE 

En la práctica, el aire limpio no es siempre accesible, menos cuando los gases son arrojados desde varios frentes, y los mitos para mitigar sus efectos abundan. Uno de los más populares es la aplicación de vinagre sobre las zonas afectadas. Sin embargo, esto podría empeorar la situación. 

El vinagre, como podemos intuir por su sabor, es ácido. Pero también es ácida la leche y otras sustancias que nuestra intuición o papilas gustativas no podrían adivinar. Entonces, ¿de qué hablamos cuando hablamos de ácidos?

Su definición, desde que el químico Robert Boyle la acuñó en 1663, ha variado. Desde entonces, diversas teorías y aproximaciones se han superpuesto una a la otra hasta llegar a nuestros días. Hoy se consideran ácidas las sustancias que contienen ión hidrógeno (H+). A mayor concentración de H+, mayor acidez. 

Es así que el ácido muriático, gracias a su gran concentración de iones de hidrógeno es considerado un ácido fuerte. Es corrosivo, capaz de degradar los compuestos con los que interactúa y provocar quemaduras sobre la piel; mientras que el zumo de limón, con menor concentración de H+, es un ácido débil y no pasa de provocar irritación si llega a entrar en contacto con ciertas partes de nuestro cuerpo.

Debido a que el CS presente en los gases lacrimógenos es considerado un ácido débil, sus efectos empeoran cuando interactúa con otros ácidos como el vinagre. Sin embargo, existen maneras de contrarrestarlos.

REMEDIOS BÁSICOS

Algunas sustancias, presentes en el jabón o la soda cáustica, por ejemplo, pueden ser igualmente débiles o fuertes, irritantes o corrosivas, pero no se trata de ácidos. Ha llegado el momento de hablar de los alcalinos o, en jerga química, las bases.

La teoría respecto a los ácidos fue completada por los químicos Johannes Nicolaus Brønsted y Thomas Martin Lowry en 1923, quienes especificaron que un ácido es capaz de “donar” un ión hidrógeno, mientras que definieron a las bases como sustancias capaces de “aceptarlos”. Son, desde este punto de vista, opuestos. 

Así, para contrarrestar los efectos irritantes del CS, en lugar de contribuir a la acidez, es recomendable usar una base débil como el bicarbonato de sodio. Al ser capaz de “recibir” iones de hidrógeno en la misma medida en que un ácido débil los concentra, la mezcla tiende a neutralizar las propiedades de ambas sustancias.

OLOR A GAS 

El gas lacrimógeno es parte del paisaje en protestas de cualquier parte del mundo. En América, Europa, Asia o el Medio Oriente. Se trata de una industria que desde su origen, hace un siglo, no ha dejado de crecer, según señala la investigadora Anna Feigenbaum en un artículo para la Revista internacional de derechos humanos – Sur. En términos comerciales —añade— “las armas menos letales llenan un nicho en crecimiento: la demanda de control político sin mucho derramamiento de sangre”. 

Sin embargo, advierte que “la presión nacional e internacional para que parezcan democráticas y humanas coexiste con la movilización social en torno a los impactos del cambio climático, de las políticas de austeridad, la guerra y las crecientes desigualdades sociales”. 

Especialmente en las protestas de la última semana, ha quedado claro: durante estos días el gas no ha sido usado para evitar disturbios, sino para reprimir manifestaciones pacíficas, amedrentar con violencia a quienes marchan y atentar contra el derecho a la protesta, una de las bases de cualquier democracia. 


Artículo de divulgación científica elaborado gracias al apoyo del Programa de Responsabilidad Social Universitaria (RSU-UNI) a través de su eje de apoyo a la investigación.